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Foto del escritorSofia Di Palma

Quemar la casa

Actualizado: 24 ago 2024

Me sorprendió que ya no se sorprendiera por nada, como si todo le hubiera sucedido. Con el tiempo los recuerdos pasan a ser recuerdos de recuerdos. Pierdo la fe, no creo en Dios mientras intento explicar cada caricia que tocaba mi piel pero jamás sentí. Finalmente abracé el dolor y justo ahí desapareció. Viví mucho tiempo corriendo bajo nubes de cielos que no me veían. ¿Alguna vez viste caer una manzana de su manzanar? Sin embargo, lo hacen.

Mi jardín era violento como el sol del mediodía y cada mañana me ardía la piel al despedirme de ella. Extraviarme de sus brazos me enfermaba y me dolía, pero prefería un instante de su sonrisa a horas de mis caprichos. El tiempo no existe. Después crecí, y me fui, y de repente la encontraba en cada paso de aquella ciudad tan lejana. Dicen que no hay distancia más grande que el tiempo. No volví a verla. Las calles plateadas pero con grietas me invitaban a gritarle, soñarla y buscarla desesperadamente en los cordones húmedos por el alcohol y blancos de cristal.

“¿QUÉ MIERDA BUSCAS?” me decían algunos hombres, pero yo escapaba, no lo entendían. Y me alejaba de aquello mismo que perseguía. Se volvía insostenible. Su olor brotaba hasta de las flores secas, el recuerdo de esos ojos era como espejo de minimarket open 24hs: una sucia proyección de la muerte un domingo 4am.

“Amar es dar lo que no se tiene a quien no es”. “¡Qué verga!”. ¡”QUÉ VERGA”!

Cuando pienso en María una bocanada de humo me asfixia, como si sus manos aún siguieran estropeando mi cuello blanco y delicado. María me dió todo lo que siempre busqué: nada. Ella me miraba fijo y yo lloraba. Fantaseaba con su hoyuelo izquierdo y sus gestos chinos quizás por el simple placer de sentir ALGO. En aquel mundo tan poco vibrante, ella era mi antena de conexión al cielo.

Y comienzo un nuevo romance.

Me sumerjo. GLU GLU GLU.

Ahora desde mi balcón no puedo ver mucho, solo un par de estrellas justo desde donde me siento a fumar un cigarrillo mientras pienso en ardillas, digo en María. El tiempo no existe. Ah, y por encima de ese par inseparable se posa una más roja, creo que es Marte, parecido a María, la que tiene ovnis y bichos distintos a los que habitan mis plantas. También puedo ver un avión que atraviesa el río. Pienso hacia dónde irá. Cuántos sueños transportará. Empecé a vivir un teatro del género fantastico. Por la noche se encienden las luces de las ventanas como escenarios y comienza la función. En cada ventana se esconde una historia y en cada historia un poquito de dolor. Yo te abrazo y te pregunto “¿qué tal te fue, mi amor?”. Me divierte pensar en los diálogos detrás del vidrio. “No entiendo por qué, ni cómo ni cuándo, pero te odio”. AH, “¿Un café?”… El confort no resulta tan confortante pasados los años, y te juro que no entiendo absolutamente nada de teatro pero un día llegaste a casa y… aún lo recuerdo: “Sofi, las gitanas me dijeron que fui una de ellas. Y que fuí una emperatriz”. Yo te miro y sonrío. “Tus células tienen memoria Ma, María”.

Ella por si acaso, siempre levantaba murallas en vez de manteles. Su vida era una constante condena a vivir y yo temía por aquel futuro tan incierto e impredecible a su lado. Su irremediable agonía por el control no le permitía conectar las pocas neuronas que le quedaron luego de aquel incendio que duró seis años y una hija.

Algo de la vida y la muerte se me reveló cuando corté con mi ex. Los números son el algoritmo del universo y haber puesto fin a algo que se suponía infinito me abrió los ojos a los puntos finales. Buscaba recovecos en los rincones de su casa. Como si recostarme en algún sitio distinto al sofá o a la cama me devolviese el sabor de la aventura que se esfumaba con el paso de los años. Yo debía romper con el patrón. Aquel dolor ya tomaba hasta mi espalda. La historia se repetía otra vez: “Sos un pragmático de libro. La verdad de tus vínculos varía de acuerdo a la necesidad utilitaria del momento”. “Nunca te entiendo cuando hablas, aprendé a expresarte Sofía”. “Que sos un sorete. Eso sos, un reverendo pedazo de sorete”.

Volví a llamar a María. No hay distancia más grande que el tiempo y aquella casa ya era puro fuego.


Sofía Di Palma

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